Una gourmet no tiene la razón, tiene sentimientos.
2 de junio de 2020 • Texto:Agostina Codes-Saldívar
• Imágenes: Emilio Nasser, de la serie "Anacardo"
Agostina Codes-Saldívar
Chef y Food Designer. Nací en San Juan y vivo en Córdoba hace 13 años. Estudié y trabajé en gastronomía desde que tengo recuerdos. Me especialicé en cocina de vanguardia y fuegos, en Buenos Aires. En 2018 fui seleccionada entre las 20 mejores aspirantes a chef por The World 50 Best Restaurants Scholarship y gané el Concurso Casalta Cocina. Me apasiona la gastronomía latinoamericana. Estoy formada en sustentabilidad y diseño de alimentos. Soy coordinadora de Ancha Cocina, un espacio creativo para pensar las funciones sociales de la gastronomía y me encargo de proyectos vinculados a la seguridad alimentaria en el departamento de Inclusión y Desarrollo de la Asociación Civil Utopías.
Sobre la desilusión de comer y la experiencia del usuario UX Food en locales gastronómicos.
Comencemos aclarando que el concepto de gourmet, según Oxford Languages, habla de una persona aficionada a comer bien, que aprecia y disfruta la buena comida, y conoce los buenos restaurantes.
Por otra parte, la Experiencia del Usuario (UX) es un término que ha tomado relevancia en los últimos años, más que nada, aplicado a el uso de plataformas digitales. La Experiencia del usuario es aquello que una persona percibe al interactuar con un producto o servicio. Si lo llevamos al área de alimentos y bebidas, UX Food, no podemos obviar todo el contexto en el cual alguien decide comer determinado alimento y, sobretodo, si la decisión implica a un restaurante.
Como chef me gusta disfrutar de la cocina de colegas, apostando al crecimiento de la gastronomía local, y como Food Designer no puedo evitar prestar atención a todo el contexto: el producto y la experiencia.
Son varias las oportunidades que decidimos no cocinar y recurrir al delivery, una práctica común de los últimos 30 años, por lo menos. Lo hacemos en un mundo donde estamos saturados de información y donde todo producto es una venta. Elegir dónde comer es también una apuesta, una travesía en un mar de ofertas culinarias y, cuando por fin elegimos, esa apuesta a una cocina en particular se convierte en un deseo: el deseo de disfrutar la comida.
Son varias las oportunidades que decidimos no cocinar y recurrir al delivery, una práctica común de los últimos 30 años, por lo menos. Lo hacemos en un mundo donde estamos saturados de información y donde todo producto es una venta.
Un/Una comensal no siempre tienen la razón, pero sí tienen sentimientos y expectativas que se convierten en desilusión cuando al llegar la comida suceden cosas como que la materia prima no es la prometida, no está apta para el consumo y peor, ante el reclamo, el personal gastronómico no sabe gestionarlo o simplemente se obvia, como si la virtualidad, la mensajería instantánea o la atención por redes sociales nos permitieran escondernos, “dejar en visto”, no solucionar la crítica en el momento. Como si el consumo de comida por delivery cortara la relación comensal-restaurant o si mereciera un trato diferente, subestimado, del comensal que elige comer in situ, al que en caso de reclamar algún desperfecto con la comida, se lo soluciona en el instante, buscando mantener el secreto y que nadie se dé cuenta de que hubo algún error. En la metodología delivery no existen los ojos de otras mesas que nos puedan juzgar por nuestra falta de compromiso, falta de hospitalidad y mal manejo de los reclamos. La virtualidad nos permite escapar de todo eso.
Sara Ahmed explica en La promesa de la felicidad que “Las expectativas pueden hacer que las cosas resulten decepcionantes (si el producto no es lo que se nos prometía).
La felicidad es una expectativa de algo que habrá de venir. Cuando algo promete felicidad, pasamos a considerarlo algo prometedor. Imaginamos que al recibirlo, habrán de venir cosas buenas”.
Es decir, la promesa de un producto rico, sabroso, de calidad dan sustento a nuestras expectativas sobre lo que vamos a recibir, y la mala gestión de un reclamo, convierte a esas expectativas en un malestar, un malestar que aparece ante la ausencia de un otro que escuche y solucione nuestra queja, que sienta empatía y no me deje esperando 24 hs por una respuesta o me pregunté qué solución busco. Las posibles soluciones debe proponerlas quien trabaja en gastronomía, buscando remendar el error para que ese comensal vuelva a confiar y se fidelice con el restaurante.
En el contexto actual, la pandemia provocada por el Covid-19 nos metió dentro de casa y los locales gastronómicos tuvieron, y tienen, que utilizar la creatividad para poder seguir trabajando sin romper los protocolos sanitarios. Aquí aparece el eterno precarizado sistema de delivery, que nos está demostrando las falencias de algunas cocinas y la poca importancia que le prestamos al plato que ya salió en una cajita térmica arriba de una moto, con la idea de que una vez que cruzó la puerta de salida, ya no tenemos nada más que ver con esa comida.
Como cocinera profesional, me gusta probar las ofertas de mi ciudad, para ver en qué situación está la culinaria local, conocer las propuestas que surgen y ver hacia dónde vamos, y desde mi experiencia puedo decir que para que las cocinas y la economía que las acompaña, crezcan, no sólo es importante la calidad de los alimentos o una inversión en la imagen de marca, considero fundamental la experiencia de la comensalidad: educarnos para brindar un servicio, saber que la gastronomía es hospitalidad, que hay una persona que nos está confiando su apetito y que su crítica es importante, porque el boca en boca siempre va a ser la mejor guía de recomendación gastronómica.
La salida es colectiva, y eso incluye a los comensales.
Una gourmet no tiene la razón, tiene sentimientos.
2 de junio de 2020 • Texto:Agostina Codes-Saldívar
• Imágenes: Emilio Nasser, de la serie "Anacardo"
Sobre la desilusión de comer y la experiencia del usuario UX Food en locales gastronómicos.
Comencemos aclarando que el concepto de gourmet, según Oxford Languages, habla de una persona aficionada a comer bien, que aprecia y disfruta la buena comida, y conoce los buenos restaurantes.
Por otra parte, la Experiencia del Usuario (UX) es un término que ha tomado relevancia en los últimos años, más que nada, aplicado a el uso de plataformas digitales. La Experiencia del usuario es aquello que una persona percibe al interactuar con un producto o servicio. Si lo llevamos al área de alimentos y bebidas, UX Food, no podemos obviar todo el contexto en el cual alguien decide comer determinado alimento y, sobretodo, si la decisión implica a un restaurante.
Como chef me gusta disfrutar de la cocina de colegas, apostando al crecimiento de la gastronomía local, y como Food Designer no puedo evitar prestar atención a todo el contexto: el producto y la experiencia.
Son varias las oportunidades que decidimos no cocinar y recurrir al delivery, una práctica común de los últimos 30 años, por lo menos. Lo hacemos en un mundo donde estamos saturados de información y donde todo producto es una venta. Elegir dónde comer es también una apuesta, una travesía en un mar de ofertas culinarias y, cuando por fin elegimos, esa apuesta a una cocina en particular se convierte en un deseo: el deseo de disfrutar la comida.
Son varias las oportunidades que decidimos no cocinar y recurrir al delivery, una práctica común de los últimos 30 años, por lo menos. Lo hacemos en un mundo donde estamos saturados de información y donde todo producto es una venta.
Un/Una comensal no siempre tienen la razón, pero sí tienen sentimientos y expectativas que se convierten en desilusión cuando al llegar la comida suceden cosas como que la materia prima no es la prometida, no está apta para el consumo y peor, ante el reclamo, el personal gastronómico no sabe gestionarlo o simplemente se obvia, como si la virtualidad, la mensajería instantánea o la atención por redes sociales nos permitieran escondernos, “dejar en visto”, no solucionar la crítica en el momento. Como si el consumo de comida por delivery cortara la relación comensal-restaurant o si mereciera un trato diferente, subestimado, del comensal que elige comer in situ, al que en caso de reclamar algún desperfecto con la comida, se lo soluciona en el instante, buscando mantener el secreto y que nadie se dé cuenta de que hubo algún error. En la metodología delivery no existen los ojos de otras mesas que nos puedan juzgar por nuestra falta de compromiso, falta de hospitalidad y mal manejo de los reclamos. La virtualidad nos permite escapar de todo eso.
Sara Ahmed explica en La promesa de la felicidad que “Las expectativas pueden hacer que las cosas resulten decepcionantes (si el producto no es lo que se nos prometía).
La felicidad es una expectativa de algo que habrá de venir. Cuando algo promete felicidad, pasamos a considerarlo algo prometedor. Imaginamos que al recibirlo, habrán de venir cosas buenas”.
Es decir, la promesa de un producto rico, sabroso, de calidad dan sustento a nuestras expectativas sobre lo que vamos a recibir, y la mala gestión de un reclamo, convierte a esas expectativas en un malestar, un malestar que aparece ante la ausencia de un otro que escuche y solucione nuestra queja, que sienta empatía y no me deje esperando 24 hs por una respuesta o me pregunté qué solución busco. Las posibles soluciones debe proponerlas quien trabaja en gastronomía, buscando remendar el error para que ese comensal vuelva a confiar y se fidelice con el restaurante.
En el contexto actual, la pandemia provocada por el Covid-19 nos metió dentro de casa y los locales gastronómicos tuvieron, y tienen, que utilizar la creatividad para poder seguir trabajando sin romper los protocolos sanitarios. Aquí aparece el eterno precarizado sistema de delivery, que nos está demostrando las falencias de algunas cocinas y la poca importancia que le prestamos al plato que ya salió en una cajita térmica arriba de una moto, con la idea de que una vez que cruzó la puerta de salida, ya no tenemos nada más que ver con esa comida.
Como cocinera profesional, me gusta probar las ofertas de mi ciudad, para ver en qué situación está la culinaria local, conocer las propuestas que surgen y ver hacia dónde vamos, y desde mi experiencia puedo decir que para que las cocinas y la economía que las acompaña, crezcan, no sólo es importante la calidad de los alimentos o una inversión en la imagen de marca, considero fundamental la experiencia de la comensalidad: educarnos para brindar un servicio, saber que la gastronomía es hospitalidad, que hay una persona que nos está confiando su apetito y que su crítica es importante, porque el boca en boca siempre va a ser la mejor guía de recomendación gastronómica.
La salida es colectiva, y eso incluye a los comensales.
Agostina Codes-Saldívar
Chef y Food Designer. Nací en San Juan y vivo en Córdoba hace 13 años. Estudié y trabajé en gastronomía desde que tengo recuerdos. Me especialicé en cocina de vanguardia y fuegos, en Buenos Aires. En 2018 fui seleccionada entre las 20 mejores aspirantes a chef por The World 50 Best Restaurants Scholarship y gané el Concurso Casalta Cocina. Me apasiona la gastronomía latinoamericana. Estoy formada en sustentabilidad y diseño de alimentos. Soy coordinadora de Ancha Cocina, un espacio creativo para pensar las funciones sociales de la gastronomía y me encargo de proyectos vinculados a la seguridad alimentaria en el departamento de Inclusión y Desarrollo de la Asociación Civil Utopías.
Fanzine Gastronómico y Plataforma Colaborativa: Intercambio de experiencias, conocimientos y miradas en torno a la alimentación.
Con el apoyo de:
Fanzine Gastronómico y Plataforma Colaborativa: Intercambio de experiencias, conocimientos y miradas en torno a la alimentación.
Con el apoyo de: