La orfandad, el hambre,
dime qué comes y te diré quién eres…
y tanto más.
Julio 2024
Texto: María Furnari
Ilustraciones: Ivana Rosso & Pablo Garcia
Parece que la orfandad se encuentra en el aire que respiramos o tal vez me pasa a mí. Siento que la muerte llegó como el hambre, desesperadamente. Hay una orfandad que habla desde la panza, desde el cuidado y desde la ternura, una orfandad que nos lleva al hambre de todo
Se mueren las madres, se mueren los maestros y maestras que marcaron un paradigma en nuestra historia personal y colectiva. La muerte llega en este tiempo desamparado, y pareciera que giramos en un sin sentido y en este ahogo de tristezas, el hambre, el hambre de veras, el tangible, se hace presente. Porque el hambre es la muerte.
Entonces, comienzan los sonidos del hambre, crujientes como el paso de un cucharón por una olla vacía, un sonido amargo, metálico, sonidos que se expresan en las calles, y que salen de la panza, como bocanada de bronca contenida, convertida en grito.
"Entonces, comienzan los sonidos del hambre, crujientes como el paso de un cucharón por una olla vacía, un sonido amargo, metálico, sonidos que se expresan en las calles, y que salen de la panza, como bocanada de bronca contenida, convertida en grito".
Los comedores comunitarios entregan las últimas raciones, ¿qué es un comedor comunitario sin comida? Un caldo de cultivos que llena las ollas vacías para reclamar un pedido de subsistencia. Mientras tanto la comida está secuestrada, escondida o tal vez privatizada por un gobierno dirigido por un falso Nerón o un Calígula, que se come al estado con una fagocitosis caníbal.
La comida es un hecho político, un nexo entre el cuerpo, nuestro cuerpo y el estado y desde ese lugar, la comida, también puede ser un discurso de poder, que disciplina cuerpos. ¿Cuáles cuerpos? Los racializados, los descartados, los discriminados. “Nada es más material, más físico, más corporal que el ejercicio de poder”, decía Michel Foucault.
Sabemos que el estado viene siendo desnutrido paulatina y sistemáticamente, un estado que no va a funcionar como tal, si la comunidad no arma un camino, si no cristaliza las luchas. Mucho más aún con esta política neofascista que viene en onda de pandemia. Afectando y desafectando, la democracia. Poniendo en tensión la relación con el otro. La xenofobia y el autoritarismo están en marcha. Podría decir que se abrieron las puertas de la monstruosidad.
"La vida como único lugar de potencia y de deseo de libertad, y en esa libertad entra un deseo de soberanía alimentaria".
Entonces, no es por distracción o de casualidad que llegue el hambre. La puerta se ha abierto por odio o por cansancio, pero se abrió, la abrieron.
La relación cuerpo y comida, ya sea como fuente de goce, placer, salud, vida, y también como fuente de subjetividad, está siendo manipulada, afectada, llevada a un límite con el abismo, (caer no caer esa es la cuestión). Un plato de comida es un plato cultural y social, extremadamente político, en ese plato encontramos educación, ritos, decisiones económicas, trabajo, comunidad, salud, amor, desamor, vida. Siempre vida.
El hambre de hoy, como sabemos, es un problema de poder, de un poder egoísta, donde su objetivo consiste en la pérdida del sentido del otro, como también, en adormecer sentidos, cuerpos con almas, donde ya no toman las calles, toman antidepresivos, si es que tienen la posibilidad de acceder a un sistema de salud mental, que también está en crisis.
El hambre además de doler en el cuerpo, duele en las pérdidas de subjetividades y de formas de crear nuevas subjetivaciones, nuevas formas de poder armar resistencias e insistencias para que ese hambre de cultura, de olla, de ternura, de justicia, sea revertido. Cuando hay hambre lo que está en juego es la vida.
La vida como único lugar de potencia y de deseo de libertad, y en esa libertad entra un deseo de soberanía alimentaria. Una soberanía que habla de cultura, de educación, de salud, de diversidad, de amor, del otro.
Ahora, ¿cómo se piensa en libertad en estos tiempos, en donde la palabra libertad está siendo manipulada, donde la libertad es guiada hacia un individualismo onanista?, en un contexto donde los recursos naturales (tierra, agua, semillas), culturales y sociales, son acaparados, malversados por una política que globaliza la destrucción y el odio, poniendo en evidencia, una política que negocia y como el hambre, se come todo.
Me pregunto esto, y vuelvo a la orfandad, pienso en las cocinas de las madres, en las recetas que nos dejaron, no como pasos sistemáticos de cantidades y exactitudes, sino como territorios para ser construidos con nuevos ingredientes, con ingenio, en comunidad y con memoria de un sabor, que lleva al saber.
Esas cocinas donde el capital cultural ha sido la base de todas las revoluciones. Se me ocurre pensar que la orfandad ya no es una falta, sino una gran memoria, un lugar donde guarecernos, donde nuestros muertos, aquellos y aquellas que fueron nuestros maestras o maestros, guías o compañeras, nos recuerdan cómo resistir y existir. Cómo volver a encontrarnos con la luz de la palabra libertad, como saciar justamente el hambre.
La cocina, ese cotidiano, es el lugar común, sensible y más naturalizado, por ende es el espacio– territorio, más permeable, por donde el sistema capitalista y patriarcal, siempre ha entrado suspicazmente y cómodamente, acompañado por ese discurso de poder que tiene la alimentación (Dime que comes y te diré quién eres). En ese lugar, cocina, se aprendió con el paso de los miles de años a combatir y a revolucionar este sistema macabro. Subsistir y existir es el pan de nuestra humanidad, es el motor de la vida.
"Al fin y al cabo todas las revoluciones comenzaron desde el vacío de la panza, desde el hambre y contra el hambre de todo. La vida siempre es potencia latiendo, tratando de seguir viviendo y la muerte siempre nos habla de la vida".
Ese territorio, cocina-alimento, tiene una memoria tatuada en el cuerpo, memoria que cuando se activa es poderosa, empodera con amor y furia hacia el hambre. Las cocinas son las micropolíticas que hacen a la macropolítica de una sociedad. Sí, todo está pasando, el hambre está, más allá de que los alimentos perecederos se repartieron maliciosamente, un mes antes de vencerse.
El hambre sigue, como la angustia y la incertidumbre y los antidepresivos y la fragilidad aumenta, pero esa fragilidad también puede ser una potencia que dice basta, una ruptura, un estallido. El presidente de este país, de esta Argentina 2024, como si fuese una saga de clase B, dice, que no moriremos de hambre, que cada uno encontrará una salida. Sus palabras rondan el cinismo pero sobre todo visibiliza la falta de sensibilidad y la desinteligencia que en ocasiones otorga el autoritarismo.
Como si comer fuese un hecho funcional, individual y solitario. Comer está muy lejos de la individualidad, es el acto más complejo que interrelaciona a la humanidad.
Al fin y al cabo todas las revoluciones comenzaron desde el vacío de la panza, desde el hambre y contra el hambre de todo. La vida siempre es potencia latiendo, tratando de seguir viviendo y la muerte siempre nos habla de la vida. La orfandad de estos tiempos, puede ser un refugio, que nos abraza con ternura y con fuerza, que nos ubica en un lugar de búsqueda, a no girar sin sentido, como escribí al comienzo. Tal vez puede ser un lugar que nos invita a poner la mesa y sentarnos a comer en comunidad, generando mesas asamblearias que puedan inventar nuevas aperturas en este sistema devastador. Tal vez también puede ser una forma de prender nuevamente el fuego para llenar las ollas, cerrar las puertas a la monstruosidad y abrirlas a la luz de un nuevo día.
María Furnari
Artista Visual. Cocina, arte y política.
@mariafurnari7
Ivana Rosso
Ilustraciones
Pablo Garcia
Ilustraciones
La orfandad, el hambre,
dime qué comes y te diré quién eres…
y tanto más.
Julio 2024
Texto: María Furnari
Ilustraciones: Ivana Rosso & Pablo Garcia
Parece que la orfandad se encuentra en el aire que respiramos o tal vez me pasa a mí. Siento que la muerte llegó como el hambre, desesperadamente. Hay una orfandad que habla desde la panza, desde el cuidado y desde la ternura, una orfandad que nos lleva al hambre de todo
Se mueren las madres, se mueren los maestros y maestras que marcaron un paradigma en nuestra historia personal y colectiva. La muerte llega en este tiempo desamparado, y pareciera que giramos en un sin sentido y en este ahogo de tristezas, el hambre, el hambre de veras, el tangible, se hace presente. Porque el hambre es la muerte.
Entonces, comienzan los sonidos del hambre, crujientes como el paso de un cucharón por una olla vacía, un sonido amargo, metálico, sonidos que se expresan en las calles, y que salen de la panza, como bocanada de bronca contenida, convertida en grito.
"Entonces, comienzan los sonidos del hambre, crujientes como el paso de un cucharón por una olla vacía, un sonido amargo, metálico, sonidos que se expresan en las calles, y que salen de la panza, como bocanada de bronca contenida, convertida en grito".
Los comedores comunitarios entregan las últimas raciones, ¿qué es un comedor comunitario sin comida? Un caldo de cultivos que llena las ollas vacías para reclamar un pedido de subsistencia. Mientras tanto la comida está secuestrada, escondida o tal vez privatizada por un gobierno dirigido por un falso Nerón o un Calígula, que se come al estado con una fagocitosis caníbal.
La comida es un hecho político, un nexo entre el cuerpo, nuestro cuerpo y el estado y desde ese lugar, la comida, también puede ser un discurso de poder, que disciplina cuerpos. ¿Cuáles cuerpos? Los racializados, los descartados, los discriminados. “Nada es más material, más físico, más corporal que el ejercicio de poder”, decía Michel Foucault.
Sabemos que el estado viene siendo desnutrido paulatina y sistemáticamente, un estado que no va a funcionar como tal, si la comunidad no arma un camino, si no cristaliza las luchas. Mucho más aún con esta política neofascista que viene en onda de pandemia. Afectando y desafectando, la democracia. Poniendo en tensión la relación con el otro. La xenofobia y el autoritarismo están en marcha. Podría decir que se abrieron las puertas de la monstruosidad.
"La vida como único lugar de potencia y de deseo de libertad, y en esa libertad entra un deseo de soberanía alimentaria".
Entonces, no es por distracción o de casualidad que llegue el hambre. La puerta se ha abierto por odio o por cansancio, pero se abrió, la abrieron.
La relación cuerpo y comida, ya sea como fuente de goce, placer, salud, vida, y también como fuente de subjetividad, está siendo manipulada, afectada, llevada a un límite con el abismo, (caer no caer esa es la cuestión). Un plato de comida es un plato cultural y social, extremadamente político, en ese plato encontramos educación, ritos, decisiones económicas, trabajo, comunidad, salud, amor, desamor, vida. Siempre vida.
El hambre de hoy, como sabemos, es un problema de poder, de un poder egoísta, donde su objetivo consiste en la pérdida del sentido del otro, como también, en adormecer sentidos, cuerpos con almas, donde ya no toman las calles, toman antidepresivos, si es que tienen la posibilidad de acceder a un sistema de salud mental, que también está en crisis.
El hambre además de doler en el cuerpo, duele en las pérdidas de subjetividades y de formas de crear nuevas subjetivaciones, nuevas formas de poder armar resistencias e insistencias para que ese hambre de cultura, de olla, de ternura, de justicia, sea revertido. Cuando hay hambre lo que está en juego es la vida.
La vida como único lugar de potencia y de deseo de libertad, y en esa libertad entra un deseo de soberanía alimentaria. Una soberanía que habla de cultura, de educación, de salud, de diversidad, de amor, del otro.
Ahora, ¿cómo se piensa en libertad en estos tiempos, en donde la palabra libertad está siendo manipulada, donde la libertad es guiada hacia un individualismo onanista?, en un contexto donde los recursos naturales (tierra, agua, semillas), culturales y sociales, son acaparados, malversados por una política que globaliza la destrucción y el odio, poniendo en evidencia, una política que negocia y como el hambre, se come todo.
Me pregunto esto, y vuelvo a la orfandad, pienso en las cocinas de las madres, en las recetas que nos dejaron, no como pasos sistemáticos de cantidades y exactitudes, sino como territorios para ser construidos con nuevos ingredientes, con ingenio, en comunidad y con memoria de un sabor, que lleva al saber.
Esas cocinas donde el capital cultural ha sido la base de todas las revoluciones. Se me ocurre pensar que la orfandad ya no es una falta, sino una gran memoria, un lugar donde guarecernos, donde nuestros muertos, aquellos y aquellas que fueron nuestros maestras o maestros, guías o compañeras, nos recuerdan cómo resistir y existir. Cómo volver a encontrarnos con la luz de la palabra libertad, como saciar justamente el hambre.
La cocina, ese cotidiano, es el lugar común, sensible y más naturalizado, por ende es el espacio– territorio, más permeable, por donde el sistema capitalista y patriarcal, siempre ha entrado suspicazmente y cómodamente, acompañado por ese discurso de poder que tiene la alimentación (Dime que comes y te diré quién eres). En ese lugar, cocina, se aprendió con el paso de los miles de años a combatir y a revolucionar este sistema macabro. Subsistir y existir es el pan de nuestra humanidad, es el motor de la vida.
"Al fin y al cabo todas las revoluciones comenzaron desde el vacío de la panza, desde el hambre y contra el hambre de todo. La vida siempre es potencia latiendo, tratando de seguir viviendo y la muerte siempre nos habla de la vida".
Ese territorio, cocina-alimento, tiene una memoria tatuada en el cuerpo, memoria que cuando se activa es poderosa, empodera con amor y furia hacia el hambre. Las cocinas son las micropolíticas que hacen a la macropolítica de una sociedad. Sí, todo está pasando, el hambre está, más allá de que los alimentos perecederos se repartieron maliciosamente, un mes antes de vencerse.
El hambre sigue, como la angustia y la incertidumbre y los antidepresivos y la fragilidad aumenta, pero esa fragilidad también puede ser una potencia que dice basta, una ruptura, un estallido. El presidente de este país, de esta Argentina 2024, como si fuese una saga de clase B, dice, que no moriremos de hambre, que cada uno encontrará una salida. Sus palabras rondan el cinismo pero sobre todo visibiliza la falta de sensibilidad y la desinteligencia que en ocasiones otorga el autoritarismo.
Como si comer fuese un hecho funcional, individual y solitario. Comer está muy lejos de la individualidad, es el acto más complejo que interrelaciona a la humanidad.
Al fin y al cabo todas las revoluciones comenzaron desde el vacío de la panza, desde el hambre y contra el hambre de todo. La vida siempre es potencia latiendo, tratando de seguir viviendo y la muerte siempre nos habla de la vida. La orfandad de estos tiempos, puede ser un refugio, que nos abraza con ternura y con fuerza, que nos ubica en un lugar de búsqueda, a no girar sin sentido, como escribí al comienzo. Tal vez puede ser un lugar que nos invita a poner la mesa y sentarnos a comer en comunidad, generando mesas asamblearias que puedan inventar nuevas aperturas en este sistema devastador. Tal vez también puede ser una forma de prender nuevamente el fuego para llenar las ollas, cerrar las puertas a la monstruosidad y abrirlas a la luz de un nuevo día.
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Fanzine Gastronómico y Plataforma Colaborativa: Intercambio de experiencias, conocimientos y miradas en torno a la alimentación.
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